¿Hasta dónde llegarías… por un último adiós?
Hoy no vengo a hablar de mí, sino a contar lo que mi abuela estuvo dispuesta a hacer con tal de reencontrarse con el ser que más ha amado: su perrita fallecida.
Decir que mamá Chel es una mujer terca y gruñona se queda corto. Ella es tan fuerte como una piedra de molcajete, pero a la vez suave como la tierra húmeda después de la lluvia.
Recuerdo que hubo una noche en la que no podía dormir, así que salí de casa a tomar un poco de aire fresco y la encontré en el solar, sentada bajo el árbol de ramón. Tenía las mejillas empapadas por las lágrimas y su mano sostenía un viejo collar de perro. Caminé hacia ella esperando a que rechazara el abrazo que estaba por darle, pero, para mi sorpresa, fue ella quien se lanzó a mis brazos.
Nos quedamos abrazadas y en silencio por un buen rato hasta que ella pronunció algo. Me confesó que hoy se cumplía otro año más desde que partió su mejor amiga: Kuki.
Era la segunda vez que escuchaba ese nombre. La primera fue cuando mi madre me mostró una vieja fotografía de mi abuela sosteniendo a un regordete perro salchicha de pelaje negro con manchitas rojizas en el pecho, las cejas y las patitas.
—Kuki fue, es y será mi mejor amiga por siempre… pero me pregunto si yo fui eso para ella —dijo mamá Chel con una voz temblorosa.
—¿Por qué dices eso, Chíich? —pregunté con curiosidad.
—Le fallé y sé que pude haberle evitado un destino cruel.
—No estoy entendiendo, abuela.
Mamá Chel guardó silencio por un momento y me pidió que la escuchara con atención.
“Cuando era niña, todo era muy duro para mí. Mi mamá enviudó muy joven y, sin ayuda de nadie, se hizo cargo de mí y mis hermanos. Nunca fue cariñosa con nosotros y no la culpo, cargaba con muchas cosas. Yo me sentía muy sola, así que me escapaba a la ciudad en busca de compañía.
Una tarde vi a una perrita flaquita comiendo de la basura. Estaba por dejarle unos trozos de pan que traía conmigo, pero me puse a pensar: ¿De qué sirve dejarle comida si no sabré si mañana estará viva? ¿Qué tal si la atropellan en unas horas? No puedo dejarla aquí sola, me necesita.
Sin pensarlo mucho, la tomé en brazos y me la llevé a casa. Muchos dicen que fui yo quien la rescato, pero sé bien que fue ella quien me salvó a mí.
Con el paso de los años comenzaron a salirle unos tumores en el vientre y, como éramos pobres e ignorantes, no supimos qué hacer, así que murió una Navidad.”
Mamá Chel agarró un poco de aliento y me miró a los ojos.
—No hay día en que no piense que habría vivido mejor con otra familia. Que fui muy egoísta por llevármela a un hogar donde apenas y comíamos. Ella merecía ser feliz y fue mi culpa traerle desgracias.
Me dolió demasiado ser testigo de sus lamentos, pero a la vez me sentí muy afortunada de que se vulnerara conmigo. No podía creer que durante años fue prisionera de esas ideas y yo no iba a permitir que esos pensamientos la siguieran acosando, estaba dispuesta a verla sonreír como en esa foto con Kuki.
Esa noche dormimos juntas y a la mañana siguiente mamá Chel mencionó algo que me dejó helada.
—Existe una manera de volver a ver a Kuki, aunque sea por un día.
La curiosidad cosquilleó mi cuerpo y no me resistí en preguntarle qué deberíamos hacer para que pudieran reencontrarse.
—¡No haremos nada! —exclamó muy determinada.
—¿Por qué no? —le pregunté.
—Porque Kuki no quiere verme…
—¿Cómo sabes eso?
—El día siguiente de que muriera, contacté a la chamana del pueblo. Ella me contó que existía un lugar para ver a las mascotas fallecidas, pero primero tenía que hacer un ritual para vulnerar mi corazón. Era muy joven en ese entonces, no hice caso y decidí entrar al lugar sin prepararme. ¿Ves esta cicatriz en mi hombro? Algo me mordió cuando entré por un túnel. Tú bien sabes que no soporto estar en silencio y eso es porque aparecen los mismos aullidos lamentándose que escuché en el templo. Es Kuki diciéndome que no quiere volver a verme.
Entendí que el miedo y la incertidumbre seguían aferrados a ella como parásitos. No quería que siguiera viviendo de ese modo. Tenía que hacer algo. Sólo necesitaba devolver la fe y, después de varios días, lo conseguí.
Partimos de casa en una madrugada llevando lo necesario para el ritual. Caminamos un largo rato por el monte hasta encontrar un edificio, cuya entrada daba la impresión de adentrarse en la boca de una feroz criatura.
Ahí mismo nos recibió una anciana de cabello gris y trenzado. Con sólo mirarla a los ojos podías darte cuenta lo mucho que había visto esa mujer. Su piel caída y repleta de tatuajes se me hizo sumamente hermosa. Pero no fue hasta escuchar su rasposa voz que sentí una calidez emanar de ella
Nos dio la bienvenida y una breve introducción al ritual. Mamá Chel primero colocó el collar de Kuki junto con una palabra dentro de una vasija de barro. Acto seguido, la chamana depositó unas flores secas ahí y le pidió a mi abuela derramar algunas lágrimas.
Como no pudo hacerlo y empezó a desesperarse un poco, la chamana decidió que era mejor continuar con otra parte del ritual. En una de las esquinas del edificio prendió fuego y le dijo a mi abuela que les platicara a las llamas su conexión con Kuki.
Primero relató cómo se conocieron y las aventuras que vivieron juntas. No tardó en mencionar lo culpable que se seguía sintiendo de no haberle dado una mejor vida, y que difícilmente merecía su perdón.
La bruja aprovechó el momento para sacarle una lágrima y colocarla dentro de la vasija. Después de un rato, la anciana tiró hojas de copal al fuego para que este se disolviera y emitiera un humo que bañara a mamá Chel.
Con la vasija lista, mi abuela cavó un pequeño hoyo a las afueras del templo y la enterró ahí. Luego la chamana le entregó un tunkul pequeño y le pidió que lo sostuviera con los brazos extendidos lo más que pudiera.
Mamá Chel no aguantó mucho tiempo sosteniendo la madera y se decepcionó cuando cayó tan pronto. Pero la bruja nos explicó que el amor es dejar que algo caiga y que soltar no significa fallar.
Finalmente, mi abuela se arrodilló para que la anciana pudiera regarle agua de cenote mezclada con pétalos blancos. Mientras cantaba, vi como el agua que caía por el arrugado rostro de mi abuela parecían las lágrimas de Kuki mezclándose con las de ella.
Una vez terminado el baño, mamá Chel se dirigió hacia un profundo túnel en busca de su mejor amiga. Decidí quedarme en el templo con la chamana hasta que regresara.
Pasó un día y mi abuela volvió con un aura distinta. Agradecimos a la bruja por todo su apoyo y nos fuimos a desayunar panuchos para que finalmente pudiera escuchar su gran hazaña.
Mamá Chel dijo que al principio tuvo miedo del oscuro túnel, pero que unos ladridos la alentaron a seguir caminando. Salió de ahí y se encontró con un monte repleto de vegetación. Caminó por el sendero un buen rato hasta que notó a una pequeña criatura observándola sentada bajo una ceiba. Justo cuando sus ojos se encontraron, inmediatamente mi abuela reconoció que se trataba de su mejor amiga.
Aún no puede explicar cómo, pero mencionó que sintió un chispazo en sus débiles piernas que la impulsaron a correr hacia la perrita. Kuki no paraba de mover la cola y se lanzó sobre ella. Mi abuela comenzó a rogarle su perdón, pero la salchicha le comunicó que sabía que ella hizo lo que pudo y que aún así fue muy feliz mientras estuvo viva. Al oír eso, mamá Chel finalmente pudo descansar y deshacerse de la culpa que la tuvo prisionera por años.
Después de hablar un rato, exploraron distintos sitios de ese lugar, tomaron siestas, comieron frutos deliciosos, jugaron y tuvieron otra charla profunda. No me contó tan a detalle todo lo que vivió allá porque dice que quiere guardar ese recuerdo para sí misma, pero que esa experiencia le hizo ver la vida desde otro ángulo.
Pasamos toda la mañana charlando en ese puesto, y antes de irnos pasé al baño. Cuando volví, encontré un pequeño gato dormido sobre las piernas de mamá Chel. Y me pidió que fuéramos con el veterinario del pueblo para revisarlo antes de llevarlo a casa.
Así que sí… yo también estaría dispuesta a hacer lo que fuera por un último adiós.
Porque a veces, decir adiós… también es una manera de volver a empezar.